domingo, 18 de septiembre de 2011

TP4 “Arquitectura para el culto – Proyecto de una capilla católica”

TP3 AMPLIACION UCSF



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TRABAJO PRÁCTICO Nº 5- 2011



Ficha síntesis de orientación y organización de las tareas.
(Trabajo vinculado a Historia III, Arquitectura y Urbanismo Legal y Planeamiento)


1.- DENOMINACIÓN: Práctica integral de una propuesta de intervención urbana.

2.- TEMA/PROBLEMA: “Intensidad de uso del suelo. Proyecto arquitectónico y construcción del espacio
público”.

3.- OBJETIVOS:
a) Motivar el estudio y la reflexión de aspectos teóricos y prácticos comprendidos en la relación entre arquitectura y ciudad.
b) Afirmar la capacidad del alumno para la operación de los elementos del estudio del lugar urbano y su relación con los aspectos programáticos (actividades) y con el proyecto de intervención urbano - arquitectónica. (LUGAR-ACTIVIDAD-PROYECTO)
c) Afianzar la capacidad de formalización de proyectos arquitectónicos en el marco del entorno urbano y medio ambiental: - manejo de los instrumentos para el control de la morfología del espacio urbano y de la plástica de los edificios que lo configuran.
d) Afianzar la capacidad de control de la materialidad y la constructibilidad del proyecto los espacios exteriores.

4.- UBICACIÓN:
- Área de Estudio: (Según croquis adjunto)
- Área de Intervención: a definir por los alumnos en cada caso y según el “estudio de las condiciones de la intervención” (Ver apartado 6.a)

5.- PROGRAMA: La intervención contemplará la incorporación de espacios verdes recreativos, residencia y equipamiento comunitario en diversas escalas. En todos los casos la propuesta proyectual se fundamentará en una reflexión sobre el control de la intensidad de uso del suelo (Moliné), el proyecto arquitectónico y su relación con la construcción del espacio público urbano. Por ello, la definición del programa final de intervención con la determinación final de las actividades a radicar y/o potenciar en el área, como así también la definición de las densidades habitacional y edilicia, forma parte del trabajo a desarrollar por los alumnos.

6.- FASES OPERATIVAS:
a) Estudio de las condiciones de la intervención:
Esta etapa se desarrollará en forma integrada con las asignaturas Historia III y Planeamiento que desarrollarán prácticos tomando como base la misma “área de estudio”. Durante esta etapa se desarrollaran los prácticos que se plantean en dichas asignaturas tendientes a indagar sobre la historia urbana del área de
estudio y aspectos vinculados con los conceptos de estructura, forma y economía urbana, entre otros. A losobjetivos propios de cada asignatura se agregará la dimensión proyectual. Es decir que dichos prácticos servirán de fundamento para las decisiones vinculadas tanto con la selección del “área de intervención” como
de la “propuesta”.




ACLARACIÓN IMPORTANTE: Los alumnos que no se encuentren cursando simultáneamente Historia III y/o Planeamiento deberán desarrollar esta etapa teniendo en cuenta las consignas planteadas en dichas asignaturas. Para el Taller de Arquitectura IV la cuestión central de esta etapa consiste en dilucidar las relaciones entre dos aspectos fundamentales a tener en cuenta en el proyecto arquitectónico y urbano: LUGAR - FINALIDAD. Estas relaciones se detectarán a partir del estudio de las siguientes instancias:


1.- Reconocimiento del lugar como hecho físico y vivencial. El locus. La historia del lugar.
2.- Estudio de la actividad humana, incluyendo la vida urbana en su complejidad: la persona, la familia, el barrio, y la comunidad política e institucional en sus distintas escalas desde la vecinal hasta la municipal. La participación ciudadana.


3.- Estudio de antecedentes de intervenciones similares oanálogas. Se identificarán en cada caso las categorías expresadas en esta misma guía, en particular se tratará de conocer e interpretar la relación entre la propuesta de ordenamiento físico y la concepción de la ciudad que lo inspira,
como así también se compararán los ejemplos entre sí, y conrelación a nuestro tema en particular. Se podrán utilizar como insumo de esta instancia los trabajos realizados en cursos anteriores sobre el mismo sector.


4.- Individualización del área de estudio: incluyendo la formulación de las correspondientes "hipótesis
de individualización" que se verificarán mediante el desarrollo de los siguientes aspectos:
(1) Justificación de la individualización.
(2) Determinación de la relación del área con el resto de la ciudad.


(3) Determinación de los temas urbanos que pueden motivar futuras intervenciones.


(4) Determinación de la vocación del área ("el locus")


5.- Relevamiento del estado real del área de estudio: incluye la determinación y representación de la
relación masa edificada - espacio a través de:
(1) Relevamiento directo.
(2) Planos catastrales.
(3) Consultas a organismos públicos.


6.- Análisis del estado real del área: : implica la lectura de las condiciones actuales del área que
permitan detectar el tipo e intensidad del fenómeno y por lo tanto el tipo e intensidad de la
operación de transformación a POTENCIAR; a CONTROLAR; a DETENER o a REVERTIR,
mediante el análisis funcional, tipo - morfológico, tipo de propiedad, estado de la edificación,
accesibilidad y de las normas previstas (realizando un análisis comparativo de las distintas
alternativas de disposición y volumen de la masa edificada que proponen dichas normas, el
impacto urbano que producen y las posibilidades organizativas y morfológicas que proponen).
Implica también, el estudio del proceso de transformación y formación de la estructura urbana,
detectando las causas de los fenómenos presentes y la estructura de las permanencias. Implica
también el reconocimiento de la fenomenología de los distintos lugares involucrados en el área:
Luz - Orientación; Posición - Perspectiva; Puntos de Vista - Recorridos. Por último, incluye el
estudio de la relación entre los distintos órdenes estudiados y que permitirá determinar la viabilidad
de la transformación del área.
7.- Programación: implica determinar cualitativa y cuantitativamente las actividades que se proponen
desarrollar en el sector.
8.- Interpretación del área: es el aspecto conclusivo de la primer etapa, e implica cualificar lo
cuantitativo, aprender la vocación manifiesta del área. Esta conclusión queda referida la
determinación de áreas de intervención homogénea, partes y sistemas de espacios colectivos.
b) Propuesta: el desarrollo de esta etapa implica:
1.- La definición por parte del alumno de los fines y objetivos de la propuesta.
2.- El planteamiento y ponderación de "hipótesis proyectuales" sobre las "áreas de intervención
homogénea" detectadas en la etapa anterior. La selección de las áreas de intervención homogénea
sobre las que se desarrollarán las propuestas, será determinada por la cátedra. (Entre otros
factores, se tendrá en cuenta la situación académica de cada alumno).
3.- La opción proyectual sobre la base de la ponderación de las hipótesis plateadas. (Esta instancia
del proceso proyectual se denomina también "partido" o "idea ejemplar", aunque las implicancias
con respecto a una teoría de la proyectación no necesariamente son equivalentes)



c) Desarrollo de la propuesta: implica desarrollar y verificar la materialidad de la propuesta.


7.- MODALIDAD DE TRABAJO: En equipos de 4 alumnos para el estudio de las condiciones de la
intervención y de 2 alumnos para la propuesta y desarrollo.


EN TODOS LOS CASOS SE ENTREGARÁ UNA VERSIÓN DIGITAL EN FORMATO PDF.


Santa Fe, Septiembre de 2011.



ANEXO I
Elementos para la reflexión sobre la composición del espacio urbano.
(Sobre la base de textos de Edmond Bacon y Anibal Moline y Lurá)
· PROFUNDIZACIÓN DE LA NOCIÓN DE ESPACIO. Se plantean las siguientes relaciones conceptuales:
a) Forma y espacio: “La forma arquitectónica se encuentra en el punto de contacto de la masa y el
espacio. Si la interrelación filosófica entre estos dos elementos es clara, también será clara la
forma de la arquitectura.” (E.B)
b) Definición del espacio: Implica “determinar” a través de la disposición de ciertos elementos, un
volumen de espacio. Espacios de transición. Espacios virtuales.
c) Articulación o caracterización del espacio: “Una cosa es limitar (determinar) el espacio por
medio de dispositivos estructurales tales como muros. Otra cosa es imbuir al espacio con un
espíritu que lo relaciones con la actividades que tienen en él y que agite los sentidos y las
emociones de la gente que los use. La arquitectura abarca ambos”
d) Espacio y tiempo: La vida es una continua corriente de experiencia. La arquitectura y el
urbanismo proveen un escenario físico que es una manifestación de este drama de la vida y en
consecuencia la relación de un espacio con otro, experimentados a través del tiempo, se constituye
en una cuestión central del diseño.
e) Espacio y movimiento: Referido al modo en que se recorre el espacio urbano desde el ritmo
modular de los pasos hasta el automóvil y otros medios de transporte.
· EXPRESIÓN URBANA: Estudio de una serie de factores que condicionan el proceso de participación del
usuario (observador-participante) desde una consideración fundamentalmente “ perceptiva”. Se pretende
favorecer los sentidos de orientación, identificación y pertenencia del usuario. (A.M.)
a) Encuentro con el cielo: “efecto de silueta”.
b) Encuentro con el suelo: aspectos que “subrayan” el emplazamiento.
c) Recesión de planos: planos entre una y otra situación.
d) Profundidad: efecto tridimensional vinculado estrechamente a la categoría anterior.
e) Ascenso y descenso: tensión y movimiento provocado por el cambio de perspectiva.
f) Concavidad y convexidad: “estar dentro”, “estar fuera”. Espacios “positivos” y “negativos”.
g) Puntos en el espacio: elementos físicos de carácter puntual que actúan como referencia al
desplazamiento.
h) Relación con el hombre: Escala humana. Definición. Escala humana íntima o doméstica. Escala
humana normal. Escala humana cívica o pública. Escala humana monumental. Escala colosal.
· CONTINUIDAD URBANA: Referida a integrar y generar el conjunto a través de un proceso de
conformación de naturaleza celular, repetitiva y sedimentaria. “La arquitectura es la articulación
(Caracterización) del espacio, de manera de producir en el participante una experiencia definida de espacio
en relación a previas y anticipadas experiencias espaciales” (E.B)
· UNIDAD URBANA: Clasificación de distintas estrategias para dar unidad a un conjunto de elementos
distintos:
a) Definir: la muralla, el río, el foso…
b) Repetir: un material, una forma, un detalle que es común a todos los elementos que integran el
conjunto.
c) Emplazar: particular configuración topográfica del sitio: por ejemplo un cerro, un acantilado, etc.
d) Secuenciar: vincular a través de un recorrido.
e) Mediar: vincular a través de una clara articulación espacial.
· ESTRUCTURACIÓN DEL ESPACIO: verificación a través de diversos ejemplos de los modos de
crecimiento y conformación del espacio urbano.
a) El espacio como conector: evolución del ágora de Atenas. Cada edificio ordenado internamente
alrededor de un eje es colocado de tal manera en relación a los edificios existentes que se crea un
volumen angular de espacio que une a ambos.
b) Ejes como conectores: Los cinco foros romanos. El eje central de cada edificio era exactamente
perpendicular al del anterior, produciendo un sistema de ejes cruzados que unifica el todo.
c) La masa como conectora: Villa de Adriano. La masa curva del edificio une las diferentes partes
de una composición multi – angular.



d) Espacios entrelazados como conectores: Los edificios se van colocando alrededor de un
espacio muy acotado y de naturaleza positiva. Estos espacios se “entrelazan” a través de otros
espacios u otros elementos articuladores. (Plaza San Marcos – Venecia)
e) Tensión: Roma Barroca. Intervenciones de Sixto V. El orden se consigue estableciendo líneas
fuerzas entre varios mojones de la vieja ciudad.
f) Extensión: Paris. Una línea de fuerza se extiende hacia fuera desde un punto de origen y
establece un orden que regula el crecimiento: el Louvre, el Palacio y el jardín de las Tullerías, los
campos elíseos, .-

T R A B A J O I N T E G R A D O / n i v e l 4

Guía para análisis de texto/APLICACIONES/VERIFICACIONES
ASPECTOS RELACIONADOS CON ECONOMÍA URBANA
§       
 Concepto de Control. Condiciones para ejercerlo.
§        Formas de Control.
§        Tipos de Densidad. Usos de cada una. Importancia.
§        Relacione Intensidad de Uso del Suelo -  Calidad de Vida Urbana.
§        Relacione Calidad de Vida Urbana – Densidad – Usos comprimibles/no comprimibles.
§        Verificación de Densidades pre-existentes en el área a intervenir  en Arquitectura 4 en Barrio Centenario y su correspondiente influencia en la calidad de vida de sus habitantes, diferenciando sectores homogéneos.
§        Usos Auxiliares. ¿Qué son y para que se utilizan esos estándares?
§        Verificación de dichos estándares en el sector a intervenir en Arquitectura 4 – Barrio Centenario. Detección de potencialidades y falencias.
§        Verificación del uso de los índices permitidos para el sector, según las reglamentaciones vigentes, y su incidencia en la estructuración urbana.
§        Densidad que garantiza condiciones de habitabilidad deseables. Fundamente y grafique. Identifique, dentro del sector a intervenir, áreas cuya densidad y por consiguiente sus condiciones de habitabilidad, le interesa alentar. Fundamente.
§        Accesibilidad a un centro. Distancias. Opciones. Conceptualice y verifique aplicando los conceptos en el barrio Centenario.
§        Relacione Transporte Público-Densidad. Verifique en el área de intervención.
§        Realice una propuesta de estructuración para el sector, teniendo en cuenta otros aspectos como SISTEMA - ESTRUCTURA – FORMA URBANA y la incidencia que tiene el uso de los mecanismos de control y de los índices en su comportamiento final según un estado deseado.


26-08-11

Arq. Silvia Mandolesi

martes, 30 de agosto de 2011

TRABAJO PRÁCTICO Nº 3 - 2011


Ficha síntesis de orientación y organización de las tareas.




1.- DENOMINACIÓN: Práctica integral de un proyecto edilicio de baja complejidad programática.
2.- TEMA/PROBLEMA: “Arquitectura para el culto – Proyecto de una capilla católica”
3.- OBJETIVOS: Sin perjuicio de los objetivos generales de la Asignatura que forman parte del Programa
presentado a comienzo del año, con este trabajo se busca profundizar en especial cuatro aspectos principales:
a) la relación entre la concepción espacial de la arquitectura y la actividad que la origina;
b) la relación del proyecto con el lugar y el paisaje;
c) el control (concepción y expresión) de la materialidad del proyecto arquitectónico;
d) el reconocimiento de las operaciones propias de las distintas instancias del proceso proyectual
personal de cada alumno.
4.- PROGRAMA: La intervención debe contemplar una Capilla de una superficie total no menor de 100 m2 y no
mayor de 150 m2. Además del lugar principal debe contemplarse un sector para una pequeña sacristía. El
proyecto también incluirá el diseño de los accesos y lugares exteriores inmediatos. Las condiciones de proyecto
específicas de la actividad pueden consultarse en: http://www.liturgiacea.org/
5.- UBICACIÓN: El problema incluye la selección por parte del alumno del lugar preciso donde se emplazará la
obra dentro de un área mayor establecida por la cátedra. En Santa Fe el área mayor será el distrito Ciudad –
Puerto y en Posadas el predio correspondiente al Jardín Botánico.
5.- MODALIDAD DE TRABAJO: Individual.
6.- NIVELES DE PRESENTACIÓN: Técnica libre. Se incluirán los elementos mínimos necesarios para
representar las propuestas según los distintos estados de desarrollo. La entrega final se representará en dos
paneles de 100 x 70 cm. sobre una base rígida y una maqueta en escala 1:100. Las escalas de la planimetría
son:
- Planta de ubicación: 1:250.
- Desarrollo general de la propuesta: 1:100.
- Desarrollo constructivo y detalles: 1:50 y 1:20.

Santa Fe y Posadas, agosto de 2011.


CONSTITUCIÓN

SACROSANCTUM CONCILIUM

SOBRE LA SAGRADA LITURGIA

PROEMIO
1. Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia.
La Liturgia en el misterio de la Iglesia
2. En efecto, la Liturgia, por cuyo medio "se ejerce la obra de nuestra Redención", sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia. Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos. Por eso, al edificar día a día a los que están dentro para ser templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la Liturgia robustece también admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo y presenta así la Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio de las naciones, para que, bajo de él, se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo pastor.
Liturgia y ritos
3. Por lo cual, el sacrosanto concilio estima que han de tenerse en cuenta los principios siguientes, y que se deben establecer algunas normas prácticas en orden al fomento y reforma de la Liturgia. Entre estos principios y normas hay algunos que pueden y deben aplicarse lo mismo al rito romano que a los demás ritos. Sin embargo, se ha de entender que las normas prácticas que siguen se refieren sólo al rito romano, cuando no se trata de cosas que, por su misma naturaleza, afectan también a los demás ritos.
4. Por último, el sacrosanto Concilio, ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la Santa Madre Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios. Desea, además, que, si fuere necesario, sean íntegramente revisados con prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y reciban nuevo vigor, teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades de hoy.
CAPÍTULO I

PRINCIPIOS GENERALES PARA LA REFORMA
Y FOMENTO
DE LA SAGRADA LITURGIA
I. NATURALEZA DE LA SAGRADA LITURGIA
Y
SU IMPORTANCIA EN LA VIDA DE LA IGLESIA


La obra de la salvación se realiza en Cristo

5. Dios, que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim., 2,4), "habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas" (Hebr., 1,1), cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón, como "médico corporal y espiritual", mediador entre Dios y los hombres. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino. Esta obra de redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión. Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión. Por este misterio, "con su Muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró nuestra vida. Pues el costado de Cristo dormido en la cruz nació "el sacramento admirable de la Iglesia entera".
En la Iglesia se realiza por la Liturgia
6. Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, Él, a su vez, envió a los Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su Muerte y Resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. Y así, por el bautismo, los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con El, son sepultados con El y resucitan con El; reciben el espíritu de adopción de hijos "por el que clamamos: Abba, Padre" (Rom., 8,15) y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre. Asimismo, cuantas veces comen la cena del Señor, proclaman su Muerte hasta que vuelva. Por eso, el día mismo de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al mundo "los que recibieron la palabra de Pedro "fueron bautizados. Y con perseverancia escuchaban la enseñanza de los Apóstoles, se reunían en la fracción del pan y en la oración, alabando a Dios, gozando de la estima general del pueblo" (Act., 2,14-47). Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo "cuanto a él se refieren en toda la Escritura" (Lc., 24,27), celebrando la Eucaristía, en la cual "se hace de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su Muerte", y dando gracias al mismo tiempo " a Dios por el don inefable" (2 Cor., 9,15) en Cristo Jesús, "para alabar su gloria" (Ef., 1,12), por la fuerza del Espíritu Santo.
Presencia de Cristo en la Liturgia
7. Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz", sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mt., 18,20). Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre Eterno.
Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.
Liturgia terrena y Liturgia celeste
8. En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El.
La Liturgia no es la única actividad de la Iglesia
9. La sagrada Liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la Liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión: "¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿O cómo creerán en El sin haber oído de El? ¿Y como oirán si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?" (Rom., 10,14-15). Por eso, a los no creyentes la Iglesia proclama el mensaje de salvación para que todos los hombres conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia. Y a los creyentes les debe predicar continuamente la fe y la penitencia, y debe prepararlos, además, para los Sacramentos, enseñarles a cumplir todo cuanto mandó Cristo y estimularlos a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado, para que se ponga de manifiesto que los fieles, sin ser de este mundo, son la luz del mundo y dan gloria al Padre delante de los hombres.
Liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial
10. No obstante, la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte, la Liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados "con los sacramentos pascuales", sean "concordes en la piedad"; ruega a Dios que "conserven en su vida lo que recibieron en la fe", y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.
Necesidad de las disposiciones personales
11. Mas, para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano. Por esta razón, los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente.
Liturgia y ejercicios piadosos
12. Con todo, la participación en la sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol. Y el mismo Apóstol nos exhorta a llevar siempre la mortificación de Jesús en nuestro cuerpo, para que también su vida se manifieste en nuestra carne mortal. Por esta causa pedimos al Señor en el sacrificio de la Misa que, "recibida la ofrenda de la víctima espiritual", haga de nosotros mismos una "ofrenda eterna" para Sí. 
Se recomiendan las prácticas piadosas aprobadas
13. Se recomiendan encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con tal que sean conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia, en particular si se hacen por mandato de la Sede Apostólica.
Gozan también de una dignidad especial las prácticas religiosas de las Iglesias particulares que se celebran por mandato de los Obispos, a tenor de las costumbres o de los libros legítimamente aprobados.
Ahora bien, es preciso que estos mismos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada Liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos.

II. NECESIDAD DE PROMOVER LA EDUCACIÓN
LITÚRGICA Y
LA PARTICIPACIÓN ACTIVA.

14. La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, "linaje escogido sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 Pe., 2,9; cf. 2,4-5). Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano, y por lo mismo, los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral, por medio de una educación adecuada. Y como no se puede esperar que esto ocurra, si antes losmismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma, es indispensable que se provea antes que nada a la educación litúrgica del clero. Por tanto, el sacrosanto Concilio ha decretado establecer lo que sigue:
Formación de profesores de Liturgia
15. Los profesores que se elijan para enseñar la asignatura de sagrada Liturgia en los seminarios, casas de estudios de los religiosos y facultades teológicas, deben formarse a conciencia para su misión en institutos destinados especialmente a ello.
Formación litúrgica del clero
16. La asignatura de sagrada Liturgia se debe considerar entre las materias necesarias y más importantes en los seminarios y casas de estudio de los religiosos, y entre las asignaturas principales en las facultades teológicas. Se explicará tanto bajo el aspecto teológico e histórico como bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico. Además, los profesores de las otras asignaturas, sobre todo de Teología dogmática, Sagrada Escritura, Teología espiritual y pastoral, procurarán exponer el misterio de Cristo y la historia de la salvación, partiendo de las exigencias intrínsecas del objeto propio de cada asignatura, de modo que quede bien clara su conexión con la Liturgia y la unidad de la formación sacerdotal.
Vida litúrgica en los seminarios e institutos religiosos
17. En los seminarios y casas religiosas, los clérigos deben adquirir una formación litúrgica de la vida espiritual, por medio de una adecuada iniciación que les permita comprender los sagrados ritos y participar en ellos con toda el alma, sea celebrando los sagrados misterios, sea con otros ejercicios de piedad penetrados del espíritu de la sagrada Liturgia; aprendan al mismo tiempo a observar las leyes litúrgicas, de modo que en los seminarios e institutos religiosos la vida esté totalmente informada de espíritu litúrgico.
Vida litúrgica de los sacerdotes
18. A los sacerdotes, tanto seculares como religiosos, que ya trabajan en la viña del Señor, se les ha de ayudar con todos los medios apropiados a comprender cada vez más plenamente lo que realizan en las funciones sagradas, a vivir la vida litúrgica y comunicarla a los fieles a ellos encomendados.
Formación litúrgica del pueblo fiel
19. Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa, cumpliendo así una de las funciones principales del fiel dispensador de los misterios de Dios y, en este punto, guíen a su rebaño no sólo de palabra, sino también con el ejemplo.
Transmisiones de acciones litúrgicas
20. Las transmisiones radiofónicas y televisivas de acciones sagradas, sobre todo si se trata de la celebración de la Misa, se harán discreta y decorosamente, bajo la dirección y responsabilidad de una persona idónea a quien los Obispos hayan destinado a este menester.
III. REFORMA DE LA SAGRADA LITURGIA
21. Para que en la sagrada Liturgia el pueblo cristiano obtenga con mayor seguridad gracias abundantes, la santa madre Iglesia desea proveer con solicitud a una reforma general de la misma Liturgia. Porque la Liturgia consta de una parte que es inmutable por ser la institución divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y aun deben variar, si es que en ellas se han introducido elementos que no responden bien a la naturaleza íntima de la misma Liturgia o han llegado a ser menos apropiados.
En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria.
Por esta razón, el sacrosanto Concilio ha establecido estas normas generales:
A) Normas generales
Sólo la Jerarquía puede introducir cambios en la Liturgia
22. §1. La reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo.

§ 2. En virtud del poder concedido por el derecho la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas territoriales de Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos.

§3. Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.

Conservar la tradición y apertura al legítimo progreso
23. Para conservar la sana tradición y abrir, con todo, el camino a un progreso legítimo, debe preceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral, acerca de cada una de las partes que se han de revisar. Téngase en cuenta, además, no sólo las leyes generales de la estructura y mentalidad litúrgicas, sino también la experiencia adquirida con la reforma litúrgica y con los indultos concedidos en diversos lugares. Por último, no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes. En cuanto sea posible evítense las diferencias notables de ritos entre territorios contiguos.
Biblia y Liturgia
24. En la celebración litúrgica la importancia de la Sagrada Escritura es sumamente grande. Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu y de ella reciben su significado las acciones y los signos. Por tanto, para procurar la reforma, el progreso y la adaptación de la sagrada Liturgia, hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos, tanto orientales como occidentales.
Revisión de los libros litúrgicos
25. Revísense cuanto antes los libros litúrgicos, valiéndose de peritos y consultando a Obispos de diversas regiones del mundo.
B) Normas derivadas de la índole de la liturgia como acción
jerárquica y comunitaria
.
26. Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos.
Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual.

Primacía de las celebraciones comunitarias
27. Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada. Esto vale, sobre todo, para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los Sacramentos.
Cada cual desempeñe su oficio
28. En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas.

Auténtico ministerio litúrgico

29. Los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la Schola Cantorum, desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Ejerzan, por tanto, su oficio con la sincera piedad y orden que convienen a tan gran ministerio y les exige con razón el Pueblo de Dios.
Con ese fin es preciso que cada uno, a su manera, estéprofundamente penetrado del espíritu de la Liturgia y sea instruido para cumplir su función debida y ordenadamente.

Participación activa de los fieles
30. Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado.
Normas para la revisión de las rúbricas
31. En la revisión de los libros litúrgicos, téngase muy en cuenta que en las rúbricas esté prevista también la participación de los fieles.
No se hará acepción alguna de personas
32. Fuera de la distinción que deriva de la función litúrgica y del orden sagrado, y exceptuados los honores debidos a las autoridades civiles a tenor de las leyes litúrgicas, no se hará acepción de personas o de clases sociales ni en las ceremonias ni en el ornato externo.
C) Normas derivadas del carácter didáctico y pastoral de la Liturgia.
33. Aunque la sagrada Liturgia sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración.
Más aún: las oraciones que dirige a Dios el sacerdote que preside la asamblea representando a Cristo se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Los mismos signos visibles que usa la sagrada Liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar realidades divinas invisibles. Por tanto, no sólo cuando se lee "lo que se ha escrito para nuestra enseñanza" (Rom., 15,4), sino también cuando la Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los participantes se alimenta y sus almas se elevan a Dios a fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia.
Por eso, al realizar la reforma hay que observar las normas generales siguientes:

Estructura de los ritos
34. Los ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones.
Biblia, predicación y catequesis litúrgica
35. Para que aparezca con claridad la íntima conexión entre la palabra y el rito en la Liturgia: 
1). En las celebraciones sagradas debe haber lectura de la Sagrada Escritura más abundante, más variada y más apropiada.

2). Por ser el sermón parte de la acción litúrgica, se indicará también en las rúbricas el lugar más apto, en cuanto lo permite la naturaleza del rito; cúmplase con la mayor fidelidad y exactitud el ministerio de la predicación. las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la Liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración de la Liturgia.

3). Incúlquese también por todos los medios la catequesis más directamente litúrgica, y si es preciso, téngase previstas en los ritos mismos breves moniciones, que dirá el sacerdote u otro ministro competente, pero solo en los momentos más oportunos, con palabras prescritas u otras semejantes.

4). Foméntense las celebraciones sagradas de la palabra de Dios en las vísperas de las fiestas más solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y los domingos y días festivos, sobre todo en los lugares donde no haya sacerdotes, en cuyo caso debe dirigir la celebración un diácono u otro delegado por el Obispo.

Lengua litúrgica
36. § 1. Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.
§ 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, enlas lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes.
§ 3. Supuesto el cumplimiento de estas normas, será de incumbencia de la competente autoridad eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, 2, determinar si ha de usarse la lengua vernácula y en qué extensión; si hiciera falta se consultará a los Obispos de las regiones limítrofes de la misma lengua. Estas decisiones tienen que ser aceptadas, es decir, confirmadas por la Sede Apostólica.
§ 4. La traducción del texto latino a la lengua vernácula, que ha de usarse en la Liturgia, debe ser aprobada por la competente autoridad eclesiástica territorial antes mencionada.

D) Normas para adaptar la Liturgia a la mentalidad
y tradiciones de los pueblos
37. La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva integro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces lo acepta en la misma Liturgia, con tal que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico.
38. Al revisar los libros litúrgicos, salvada la unidad sustancial del rito romano, se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones, y se tendrá esto en cuenta oportunamente al establecer la estructura de los ritos y las rúbricas.
39. Corresponderá a la competente autoridad eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, § 2, determinar estas adaptaciones dentro de los límites establecidos, en las ediciones típicas de los libros litúrgicos, sobre todo en lo tocante a la administración de los Sacramentos, de los sacramentales, procesiones, lengua litúrgica, música y arte sagrados, siempre de conformidad con las normas fundamentales contenidas en esta Constitución.
40. Sin embargo, en ciertos lugares y circunstancias,urge una adaptación más profunda de la Liturgia, lo cual implica mayores dificultades. Por tanto:

1). La competente autoridad eclesiástica territorial, de que se habla en el artículo 22, § 2, considerará con solicitud y prudencia los elementos que se pueden tomar de las tradiciones y genio de cada pueblo para incorporarlos al culto divino. Las adaptaciones que se consideren útiles o necesarias se propondrán a la Sede Apostólica para introducirlas con su consentimiento.

2). Para que la adaptación se realice con la necesaria cautela, si es preciso, la Sede Apostólica concederá a la misma autoridad eclesiástica territorial la facultad de permitir y dirigir las experiencias previas necesarias en algunos grupos preparados para ello y por un tiempo determinado.

3). Como las leyes litúrgicas suelen presentar dificultades especiales en cuanto a la adaptación, sobre todo en las misiones, al elaborarlas se empleará la colaboración de hombres peritos en la cuestión de que se trata. 
IV. FOMENTO DE LA VIDA LITÚRGICA
EN
LA DIÓCESIS Y EN LA PARROQUIA

Vida litúrgica diocesana
41. El Obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles.
Por eso, conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al Obispo, sobre todo en la Iglesia catedral; persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y ministros.
Vida litúrgica parroquial
42. Como no lo es posible al Obispo, siempre y en todas partes, presidir personalmente en su Iglesia a toda su grey,debe por necesidad erigir diversas comunidades de fieles. Entre ellas sobresalen las parroquias, distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del Obispo, ya que de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe.
De aquí la necesidad de fomentar teórica y prácticamente entre los fieles y el clero la vida litúrgica parroquial y su relación con el Obispo. Hay que trabajar para que florezca el sentido comunitario parroquial, sobre todo en la celebración común de la Misa dominical.
V) FOMENTO DE LA ACCIÓN PASTORAL LITÚRGICA

Signo de Dios sobre nuestro tiempo

43. El celo por promover y reformar la sagrada Liturgia se considera, con razón, como un signo de las disposiciones providenciales de Dios en nuestro tiempo, como el paso del Espíritu Santo por su Iglesia, y da un sello característico a su vida, e inclusive a todo el pensamiento y a la acción religiosa de nuestra época.
En consecuencia, para fomentar todavía más esta acción pastoral litúrgica en la Iglesia, el sacrosanto Concilio decreta:
Comisión litúrgica nacional
44. Conviene que la competente autoridad eclesiástica territorial, de que se habla en el artículo 22, párrafo 2, instituya una comisión Litúrgica con la que colaborarán especialistas en la ciencia litúrgica, música, arte sagrado y pastoral. A esta Comisión ayudará en lo posible un instituto de Liturgia Pastoral compuesto por miembros eminentes en estas materias, sin excluir los seglares, según las circunstancias. La Comisión tendrá como tarea encauzar dentro de su territorio la acción pastoral litúrgica bajo la dirección de la autoridad territorial eclesiástica arriba mencionada, y promover los estudios y experiencias necesarias cuando se trate de adaptaciones que deben proponerse a la Sede Apostólica.
Comisión litúrgica diocesana
45. Asimismo, cada diócesis contará con una Comisión de Liturgia para promover la acción litúrgica bajo la autoridad del Obispo.
A veces, puede resultar conveniente que varias diócesis formen una sola Comisión, la cual aunando esfuerzos promueva el apostolado litúrgico.
Comisiones de música sagrada y arte sacro
46. Además de la Comisión de Sagrada Liturgia se establecerán también en cada diócesis, dentro de lo posible, comisiones de música y de arte sacro.
Es necesario que estas tres comisiones trabajen en estrecha colaboración, y aun muchas veces convendrá que se fundan en una sola.
CAPÍTULO II
EL SACROSANTO MISTERIO DE LA EUCARISTÍA
Misterio pascual
47. Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera.
Participación activa de los fieles
48. Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos.
49. Por consiguiente, para que el sacrificio de la Misa, aun por la forma de los ritos alcance plena eficacia pastoral, el sacrosanto Concilio, teniendo en cuanta las Misas que se celebran con asistencia del pueblo, especialmente los domingos y fiestas de precepto, decreta lo siguiente: 
Revisión del Ordinario de la Misa
50. Revísese el ordinario de la misa, de modo que se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y activa participación de los fieles.
En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se han duplicado o añadido; restablézcanse, en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres, algunas cosas que han desaparecido con el tiempo, según se estime conveniente o necesario.
Mayor riqueza bíblica en el misal
51. A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura.
Se recomienda la homilía
52. Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana. Más aún, en las Misas que se celebran los domingos y fiestas de precepto, con asistencia del pueblo, nunca se omita si no es por causa grave.
«Oración de los fieles»
53. Restablézcase la «oración común» o de los fieles después del Evangelio y la homilía, principalmente los domingos y fiestas de precepto, para que con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero.
Lengua vernácula y latín
54. En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la «oración común» y, según las circunstancias del lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo 36 de esta Constitución.
Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.
Si en algún sitio parece oportuno el uso más amplio de la lengua vernácula, cúmplase lo prescrito en el artículo 40 de esta Constitución.
Comunión bajo ambas especies
55. Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, la cual consiste en que los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del mismo sacrificio el Cuerpo del Señor. Manteniendo firmes los principios dogmáticos declarados por el Concilio de Trento, la comunión bajo ambas especies puede concederse en los casos que la Sede Apostólica determine, tanto a los clérigos y religiosos como a los laicos, a juicio de los Obispos, como, por ejemplo, a los ordenados, en la Misa de su sagrada ordenación; a los profesos, en la Misa de su profesión religiosa; a los neófitos, en la Misa que sigue al bautismo.
Unidad de la Misa
56. Las dos partes de que costa la Misa, a saber: la Liturgia de la palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto. Por esto el Sagrado Sínodo exhorta vehemente a los pastores de almas para que en la catequesis instruyan cuidadosamente a los fieles acerca de la participación en toda la misa, sobre todo los domingos y fiestas de precepto.

Concelebración

57. § 1. La concelebración, en la cual se manifiesta apropiadamente la unidad del sacerdocio, se ha practicado hasta ahora en la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente. En consecuencia, el Concilio decidió ampliar la facultad de concelebrar en los casos siguientes:
1°  a) El Jueves Santo, tanto en la Misa crismal como en la Misa vespertina.
     b) En las Misas de los concilios, conferencias episcopales y s
ínodos.
     c) En la misa de la bendición de un abad.

2° Además, con permiso del ordinario, al cual pertenece juzgar de la oportunidad de la concelebración.
     a) En las Misa conventual y en la Misa principal de las iglesias, cuando la utilidad de los fieles no exija que todos los sacerdotes presentes celebren por separado.
     b) En las Misas celebradas con ocasión de cualquier clase de reuniones de sacerdotes, lo mismo seculares que religiosos.

§ 2.1° Con todo, corresponde al Obispo reglamentar la disciplina de la concelebración en la diócesis.
2° Sin embargo, quede siempre a salvo para cada sacerdote la facultad de celebrar la Misa individualmente, pero no al mismo tiempo ni en la misma Iglesia, ni el Jueves de la Cena del Señor.

58. Elabórese el nuevo rito de la concelebración e inclúyase en el Pontifical y en el Misal romanos.
CAPÍTULO III 
LOS DEMÁS SACRAMENTOS
Y LOS SACRAMENTALES 
Sacramentos
59. Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas; por esto se llaman sacramentos de la "fe". Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a dios y practicar la caridad.
Por consiguiente, es de suma importancia que los fieles comprendan fácilmente los signos sacramentales y reciban con la mayor frecuencia posible aquellos sacramentos que han sido instituidos para alimentar la vida cristiana.
Sacramentales
60. La santa madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida.

Relación con el misterio pascual

61. Por tanto, la Liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder, y hace también que el uso honesto de las cosas materiales pueda ordenarse a la santificación del hombre y alabanza de Dios.
Necesidad de una reforma en los ritos
62. Habiéndos e introducido en los ritos de los sacramentos y sacramentales, con el correr del tiempo, ciertas cosas que actualmente oscurecen de alguna manera su naturaleza y su fin, y siendo necesarios acomodar otras a las necesidades presentes, el sacrosanto Concilio determina los siguiente para su revisión:
Mayor cabida a la lengua vernácula
63. Como ciertamente el uso de la lengua vernácula puede ser muy útil para el pueblo en la administración de los sacramentos y de los sacramentales, debe dársele mayor cabida, conforme a las normas siguientes:
a) En la administración de los sacramentos y sacramentales se puede usar la lengua vernácula a tenor del artículo 36.
b) Las competentes autoridades eclesiásticas territoriales, de que se habla en el artículo 22, párrafo 2, de esta Constitución, preparen cuanto antes, de acuerdo con la nueva edición del Ritual romano, rituales particulares acomodados a las necesidades de cada región; también en cuanto a la lengua y una vez aceptados por la Sede Apostólica, empléense en las correspondientes regiones. En la redacción de estos rituales o particulares colecciones de ritos no se omitan las instrucciones que, en el Ritual romano, preceden a cada rito, tanto las pastorales y de rúbrica como las que encierran una especial importancia comunitaria.

Catecumenado
64. Restáurese el catecumenado de adultos dividido en distintas etapas, cuya práctica dependerá del juicio del ordinario del lugar; de esa manera, el tiempo del catecumenado, establecido para la conveniente instrucción, podrá ser santificado con los sagrados ritos, que se celebrarán en tiempos sucesivos.
En las misiones
65. En las misiones, además de los elementos de iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse también aquellos que se encuentran en uso en cada pueblo, en cuanto puedan acomodarse al rito cristiano según la norma de los artículos 37 al 40 de esta Constitución.

Bautismo de adultos

66. Revísense ambos ritos del bautismo de adultos, tanto el simple como el solemne, teniendo en cuanta la restauración del catecumenado, e insértese en el misal romano la Misa propia «In collatione baptismi».
Bautismo de niños
67. Revísese el rito del bautismo de los niños y adáptese realmente a su condición, y póngase más de manifiesto en el mismo rito la participación y las obligaciones de los padres y padrinos.
Rito breve para casos especiales
68. Para los casos de bautismos numerosos, en el rito bautismal, deben figurar las adaptaciones necesarias, que se emplearán a juicio del ordinario del lugar. Redáctese también un rito más breve que pueda ser usado, principalmente en las misiones, por los catequistas, y, en general, en peligro de muerte, por los fieles cuando falta un sacerdote o un diácono.
Rito nuevo
69. En lugar del rito llamado «Ordo supplendi omissa super infantem baptizatum», prepárese otro nuevo en el cual se ponga de manifiesto con mayor claridad y precisión que el niño bautizado con el rito breve ya ha sido recibido en la Iglesia. Además, para los que, bautizados ya válidamente se convierten a la religión católica, prepárese un rito nuevo en el que se manifieste que son admitidos en la comunión de la Iglesia.
Bendición del agua bautismal
70. Fuera del tiempo pascual, el agua bautismal puede ser bendecida, dentro del mismo rito del bautismo, usando una fórmula más breve que haya sido aprobada.
Rito de la Confirmación
71. Revísese también el rito de la confirmación, para que aparezca más claramente la íntima relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana; por tanto, conviene que la renovación de las promesas del bautismo preceda a la celebración del sacramento. La confirmación puede ser administrada, según las circunstancias, dentro de la Misa. Para el rito fuera de la Misa, prepárese una fórmula que será usada a manera de introducción.
Rito de la Penitencia
72. Revísese el rito y las fórmulas de la penitencia de manera que expresen más claramente la naturaleza y efecto del sacramento.
Unción de enfermos
73. La «extremaunción», que también, y mejor, puede llamarse «unción de enfermos», no es sólo el Sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez.
Reforma del rito
74. Además de los ritos separados de la unción de enfermos y del viático, redáctese un rito continuado, según el cual la unción sea administrada al enfermo después de la confesión y antes del recibir el viático.
Número de unciones y oraciones
75. Adáptese, según las circunstancias, el número de las unciones, y revísense las oraciones correspondientes al rito de la unción de manera que respondan a las diversas situaciones de los enfermos que reciben el sacramento.
Revisión del rito de la ordenación
76. Revísense los ritos de las ordenaciones, tanto en lo referente a las ceremonias como a los textos. Las alocuciones del Obispo, al comienzo de cada ordenación o consagración, pueden hacerse en lengua vernácula. En la consagración episcopal, todos los Obispos presentes pueden imponer las manos.
Rito del matrimonio
77. Revísese y enriquézcase el rito de la celebración del matrimonio que se encuentra en el Ritual romano, de modo que se exprese la gracia del sacramento y se inculquen los deberes de los esposos con mayor claridad.
«Si en alguna parte están en uso otras laudables costumbres y ceremonias en la celebración del Sacramento del Matrimonio, el Santo Sínodo desea ardientemente que se conserven».
Además, la competente autoridad eclesiástica territorial, de que se habla en el artículo 22, párrafo 2, de esta Constitución, tiene la facultad, según la norma del artículo 63, de elaborar un rito propio adaptado a las costumbres de los diversos lugares y pueblos, quedando en pie la ley de que el sacerdote asistente pida y reciba el consentimiento de los contrayentes.
Celebración del matrimonio
78. Celébrese habitualmente el matrimonio dentro de la Misa, después de la lectura del Evangelio y de la homilía, antes de la «oración de los fieles». La oración por la esposa, oportunamente revisada de modo que inculque la igualdad de ambos esposos en la obligación de mutua fidelidad, puede recitarse en lengua vernácula.
Si el sacramento del Matrimonio se celebra sin Misa, léanse al principio del rito la epístola y el evangelio de la Misa por los esposos e impártase siempre la bendición nupcial.
Revisión de los sacramentos
79. Revísense los sacramentos teniendo en cuanta la norma fundamental de la participación consciente, activa y fácil de los fieles, y atendiendo a las necesidades de nuestros tiempos. En la revisión de los rituales, a tenor del artículo 63, se pueden añadir también nuevos sacramentales, según lo pida la necesidad.
Sean muy pocas las bendiciones reservadas y sólo en favor de los Obispos u ordinarios. Provéase para que ciertos sacramentales, al menos encircunstancias particulares, y a juicio del ordinario, puedan ser administrados por laicos que tengan las cualidades convenientes.
La profesión religiosa
80. Revísese el rito de la consagración de Vírgenes que forma parte del Pontifical romano. Redáctese, además, un rito de profesión religiosa y de renovación de votos que contribuya a una mayor unidad, sobriedad y dignidad, con obligación de ser adoptado por aquellos que realizan la profesión o renovación de votos dentro de la Misa, salvo derecho particular. Es laudable que se haga la profesión religiosa dentro de la Misa.
Rito de la exequias
81. El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y responder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada país, aun en lo referente al color litúrgico.
82.Revísese el rito de la sepultura de niños, dotándolo de una Misa propia.
CAPÍTULO IV 
EL OFICIO DIVINO 
Obra de Cristo y de la Iglesia
83. El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a Sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza.
Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que, sin cesar, alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino.
84. Por una antigua tradición cristiana, el Oficio divino está estructurado de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche, y cuando los sacerdotes y todos aquellos que han sido destinados a esta función por institución de la Iglesia cumplen debidamente ese admirable cántico de alabanza, o cuando los fieles oran junto con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre.
Obligación y altísimo honor
85. Por tanto, todos aquellos que ejercen esta función, por una parte, cumplen la obligación de la Iglesia, y por otra, participan del altísimo honor de la Esposa de Cristo, ya que, mientras alaban a Dios, están ante su trono en nombre de la madre Iglesia.
Valor pastoral del Oficio divino
86. Los sacerdotes dedicados al sagrado ministerio pastoral rezarán con tanto mayor fervor las alabanzas de las Horas cuando más vivamente estén convencidos de que deben observar la amonestación de San Pablo: «Orad sin interrupción» (1 Tes., 5,17); pues sólo el Señor puede dar eficacia y crecimiento a la obra en que trabajan, según dijo: «Sin Mí, no podéis hacer nada» (Jn., 15,5); por esta razón los Apóstoles, al constituir diáconos, dijeron: «Así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra» (Act., 6,4).
87. Pero al fin de que los sacerdotes y demás miembros de la Iglesia puedan rezar mejor y más perfectamente el Oficio divino en las circunstancias actuales, el sacrosanto Concilio, prosiguiendo la reforma felizmente iniciada por la Santa Sede, ha determinado establecer lo siguiente, en relación con el Oficio según el rito romano:
Curso tradicional de las Horas
88. Siendo el fin del Oficio la santificación del día, restablézcase el curso tradicional de las Horas de modo que, dentro de lo posible, éstas correspondan de nuevo a su tiempo natural y a la vez se tengan en cuenta las circunstancias de la vida moderna en que se hallan especialmente aquellos que se dedican al trabajo apostólico.
89. Por tanto, en la reforma del Oficio guárdense estas normas:
a) Laudes, como oración matutina, y Vísperas, como oración verpertina, que, según la venerable tradición de toda la Iglesia, son el doble quicio sobre el que gira el Oficio cotidiano, se deben considerar y celebrar como las Horas principales.
b) Las Completas tengan una forma que responda al final del día.
c) La hora llamada Maitines, aunque en el coro conserve el carácter de alabanza nocturna, compóngase de manera que pueda rezarse a cualquier hora del día y tenga menos salmos y lecturas más largas.
d) Suprímase la Hora de Prima.
e) En el coro consérvense las Horas menores, Tercia, Sexta y Nona. Fuera del coro se puede decir una de las tres, la que más se acomode al momento del día. 

Fuente de piedad
90. El Oficio divino, en cuanto oración pública de la Iglesia, es, además, fuente de piedad y alimento de la oración personal. por eso se exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos participan en dicho Oficio, que al rezarlo, la mente concuerde con la voz, y para conseguirlo mejor adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente acerca de los salmos.
Al realizar la reforma, adáptese el tesoro venerable del Oficio romano de manera que puedan disfrutar de él con mayor amplitud y facilidad todos aquellos a quienes se les confía.
Distribución de los salmos
91. Para que pueda realmente observarse el curso de las Horas, propuesto en el artículo 89, distribúyanse los salmos no es una semana, sino en un período de tiempo más largo.
El trabajo de revisión del Salterio, felizmente emprendido, llévese a término cuanto antes, teniendo en cuenta el latín cristiano, el uso litúrgico, incluido el canto, y toda la tradición de la Iglesia latina.

Ordenación de las lecturas

92. En cuanto a las lecturas, obsérvese lo siguiente:
a) Ordénense las lecturas de la Sagrada Escritura de modo que los tesoros de la palabra divina sean accesibles, con mayor facilidad y plenitud.
b) Estén mejor seleccionadas las lecturas tomadas de los Padres, Doctores y Escritores eclesiásticos.
c) Devúelvase su verdad histórica a las pasiones o vidas de los santos.

Revisión de los himnos
93. Restitúyase a los himnos, en cuento sea conveniente, la forma primitiva, quitando o cambiando lo que tiene sabor mitológico o es menos conforme a la piedad cristiana. Según la conveniencia, introdúzcanse también otros que se encuentran en el rico repertorio himnológico.
Tiempo del rezo de las Horas
94. Ayuda mucho, tanto para santificar realmente el día como para recitar con fruto espiritual las Horas, que en su recitación se observe el tiempo más aproximado al verdadero tiempo natural de cada Hora canónica.
Obligación del Oficio divino
95. Las comunidades obligadas al coro, además de la Misa conventual, están obligadas a celebrar cada día el Oficio divino en el coro, en esta forma:
a) Todo el Oficio, las comunidades de canónigos, de monjes y monjas y de otros regulares obligados al coro por derecho o constituciones.
b) Los cabildos catedrales o colegiales, las partes del Oficio a que están obligados por derecho común o particular.
c)
Todos los miembros de dichas comunidades que o tengan órdenes mayores o hayan hecho profesión solemne, exceptuados los legos, deben recitar en particular las Horas canónicas que no hubieren rezado en coro.

96. Los clérigos no obligados a coro, si tienen órdenes mayores, están obligados a rezar diariamente, en privado o en común, todo el Oficio, a tenor del artículo 89.
97. Determinen las rúbricas las oportunas conmutaciones del Oficio divino con una acción litúrgicas.
En casos particulares, y por causa justa, los ordinarios pueden dispensar a sus súbditos de la obligación de rezar el Oficio, en todo o en parte, o bien permutarlo.
Oración pública de la Iglesia
98. Los miembros de cualquier Instituto de estado de perfección que, en virtud de las Constituciones, rezan alguna parte del Oficio divino, hacen oración pública de la Iglesia.
Asimismo hacen oración pública de la Iglesia si rezan, en virtud de las Constituciones, algún Oficio parvo, con tal que esté estructurado a la manera del Oficio divino y debidamente aprobado.
Recitación comunitaria del Oficio divino
99. siendo el Oficio divino la voz de la Iglesia o sea, de todo el Cuerpo místico, que alaba públicamente a Dios, se recomienda que los clérigos no obligados a coro, y principalmente los sacerdotes que viven en comunidad o se hallan reunidos, recen en común, al menos, una parte del Oficio divino.
Todos cuantos rezan el Oficio, ya en coro ya en común, cumplan la función que se les ha confiado con la máxima perfección, tanto por la devoción interna como por la manera externa de proceder. Conviene, además, que, según las ocasiones, se cante el Oficio en el coro y en común.
Participación de los fieles en el Oficio
100. Procuren los pastores de almas que las Horas principales, especialmente las Vísperas, se celebren comunitariamente en la Iglesia los domingos y fiestas más solemnes. Se recomienda, asimismo, que los laicos recen el Oficio divino o con los sacerdotes o reunidos entre sí e inclusive en particular.
Uso del latín o de la lengua vernácula
101. §1. De acuerdo con la tradición secular del rito latino, en el Oficio divino se ha de conservar para los clérigos la lengua latina. Sin embargo, para aquellos clérigos a quienes el uso del latín significa un grave obstáculo en el rezo digno del Oficio, el ordinario puede conceder en cada caso particular el uso de una traducción vernácula según la norma del artículo 36.
 § 2. El superior competente puede conceder a las monjas y también a los miembros, varones no clérigos o mujeres, de los Institutos de estado de perfección, el uso de la lengua vernácula en el Oficio divino, aun para la recitación coral, con tal que la versión esté aprobada.
 § 3. Cualquier clérigo que, obligado al Oficio divino, lo celebra en lengua vernácula con un grupo de fieles o con aquellos a quienes se refiere el § 2, satisface su obligación siempre que la traducción esté aprobada.
CAPÍTULO V 
EL AÑO LITÚRGICO
Sentido del año litúrgico
102. La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó «del Señor», conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua.
Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor.
Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todotiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación.
103. En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María,unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser.
104. Además, la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los mártires y de los demás santos, que llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre y por los méritos de los mismos implora los beneficios divinos.
105. Por último, en diversos tiempos del año, de acuerdo a las instituciones tradicionales, la Iglesia completa la formación de los fieles por medio de ejercicios de piedad espirituales y corporales, de la instrucción, de la plegaria y las obras de penitencia y misericordia. En consecuencia, el sacrosanto Concilio decidió establecer lo siguiente:
Revalorización del domingo
106. La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón "día del Señor" o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los «hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (I Pe., 1,3). Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico.
Revisión del año litúrgico
107. Revísese al año litúrgico de manera que, conservadas o restablecidas las costumbres e instituciones tradicionales de los tiempos sagrados de acuerdo con las circunstancias de nuestra época, se mantenga su índole primitiva para que alimente debidamente la piedad de los fieles en la celebración de los misterios de la redención cristiana, muy especialmente del misterio pascual. Las adaptaciones, de acuerdo con las circunstancias de lugar, si son necesarias, háganse según la norma de los artículos 39 y 40.
Orientación de los fieles
108. Oriéntese el espíritu de los fieles, sobre todo, a las fiestas del Señor, en las cuales se celebran los misterios de salvación durante el curso del año. Por tanto, el cielo temporal tenga su debido lugar por encima de las fiestas de los santos, de modo que se conmemore convenientemente el ciclo entero del misterio salvífico.
Cuaresma
109. Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebran el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dése particular relieve en la Liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo. Por consiguiente:
a) Usense con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la Liturgia cuaresmal y, según las circunstancias, restáurense ciertos elementos de la tradición anterior.
b) Dígase lo mismo de los elementos penitenciales. Y en cuanto a la catequesis, incúlquese a los fieles, junto con las consecuencias sociales del pecado, la naturaleza propia de la penitencia, que lo detesta en cuanto es ofensa de Dios; no se olvide tampoco la participación de la Iglesia en la acción penitencial y encarézcase la oración por los pecadores.

Penitencia individual y social
110. La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese la práctica penitencia de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos paises y condiciones de los fieles y recomiéndese por parte de las autoridades de que se habla en el artículo 22.
Sin embargo, téngase como sagrado el ayuno pascual; ha de celebrarse en todas partes el Viernes de la Pasión y Muerte del Señor y aun extenderse, según las circunstancias, al Sábado Santo, para que de este modo se llegue al gozo del Domingo de Resurrección con ánimo elevado y entusiasta. 
Fiestas de los santos
111. De acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles.
Para que las fiestas de los santos no prevalezcan sobre los misterios de la salvación, déjese la celebración de muchas de ellas a las Iglesias particulares, naciones o familias religiosas, extendiendo a toda la Iglesia sólo aquellas que recuerdan a santos de importancia realmente universal.
CAPÍTULO VI 
LA MÚSICA SAGRADA 
Dignidad de la música sagrada
112. La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne.
En efecto, el canto sagrado ha sido ensalzado tanto por la Sagrada Escritura, como por los Santos Padres, los Romanos Pontífices, los cuales, en los últimos tiempos, empezando por San Pío X, han expuesto con mayor precisión la función ministerial de la música sacra en el servicio divino.
La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo la mayor solemnidad los ritos sagrados. Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico que estén adornadas de las debidas cualidades.
Por tanto, el sacrosanto Concilio, manteniendo las normas y preceptos de la tradición y disciplinas eclesiásticas y atendiendo a la finalidad de la música sacra, que es gloria de Dios y la santificación de los fieles, establece lo siguiente:
Primacía de la Liturgia solemne
113. La acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente con canto y en ellos intervienen ministros sagrados y el pueblo participa activamente.
En cuanto a la lengua que debe usarse, cúmplase lo dispuesto en el artículo 36; en cuanto a la Misa, el artículo 54; en cuanto a los sacramentos, el artículo 63, en cuanto al Oficio divino, el artículo 101. 
Participación activa de los fieles
114. Consérvese y cultívese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra. Foméntense diligentemente las "Scholae cantorum", sobre todo en las iglesias catedrales. Los Obispos y demás pastores de almas procuren cuidadosamente que en cualquier acción sagrada con canto, toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le corresponde, a tenor de los artículos 28 y 30.
Formación musical
115. Dése mucha importancia a la enseñanza y a la práctica musical en los seminarios, en los noviciados de religiosos de ambos sexos y en las casas de estudios, así como también en los demás institutos y escuelas católicas; para que se pueda impartir esta enseñanza, fórmense con esmero profesores encargados de la música sacra.
Se recomienda, además, que, según las circunstancias, se erijan institutos superiores de música sacra.
Dése también una genuina educación litúrgica a los compositores y cantores, en particular a los niños.
Canto gregoriano y canto polifónico
116. La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas.
Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica a tenor del artículo 30.
Edición de libros de canto gregoriano
117. Complétese la edición típica de los libros de canto gregoriano; más aún: prepárese una edición más crítica de los libros ya editados después de la reforma de San Pío X.
También conviene que se prepare una edición que contenga modos más sencillos, para uso de las iglesias menores.
Canto religioso popular
118. Foméntese con empeño el canto religioso popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en las mismas acciones litúrgicas, de acuerdo con las normas y prescripciones de las rúbricas, resuenen las voces de los fieles.
Estima de la tradición musical propia
119. Como en ciertas regiones, principalmente en las misiones, hay pueblos con tradición musical propia que tiene mucha importancia en su vida religiosa y social, dése a este música la debida estima y el lugar correspondiente no sólo al formar su sentido religioso, sino también al acomodar el culto a su idiosincrasia, a tenor de los artículos 39 y 40.
Por esta razón, en la formación musical de los misioneros procúrese cuidadosamente que, dentro de lo posible, puedan promover la música tradicional de su pueblo, tanto en las escuelas como en las acciones sagradas.
Órgano de tubos y otros instrumentos
120. Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales.
En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, a tenor de los arts. 22 § 2; 37 y 40, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles.
Cualidades y misión de los compositores
121. Los compositores verdaderamente cristianos deben sentirse llamados a cultivar la música sacra y a acrecentar su tesoro.
Compongan obras que presenten las características de verdadera música sacra y que no sólo puedan ser cantadas por las mayores "Scholae cantorum", sino que también estén al alcance de los coros más modestos y fomenten la participación activa de toda la asamblea de los fieles.
Los textos destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más aún: deben tomarse principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas.



CAPÍTULO VII
EL ARTE Y LOS OBJETOS SAGRADOS
Dignidad del arte sagrado
122. Entre las actividades más nobles del ingenio humano se cuentan, con razón, las bellas artes, principalmente el arte religioso y su cumbre, que es el arte sacro.
Estas, por su naturaleza, están relacionadas con la infinita belleza de Dios, que intentan expresar de alguna manera por medio de obras humanas. Y tanto más pueden dedicarse a Dios y contribuir a su alabanza y a su gloria cuanto más lejos están de todo propósito que no sea colaborar lo más posible con sus obras para orientar santamente los hombres hacia Dios.
Por esta razón, la santa madre Iglesia fue siempre amiga de las bellas artes, buscó constantemente su noble servicio, principalmente para que las cosas destinadas al culto sagrado fueran en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales. Más aún: la Iglesia se consideró siempre, con razón, como árbitro de las mismas, discerniendo entre las obras de los artistas aquellas que estaban de acuerdo con la fe, la piedad y las leyes religiosas tradicionales y que eran consideradas aptas para el uso sagrado.
La Iglesia procuró con especial interés que los objetossagrados sirvieran al esplendor del culto con dignidad y belleza, aceptando los cambios de materia, forma y ornato que el progreso de la técnica introdujo con el correr del tiempo.
En consecuencia, los Padres decidieron determinar, acerca de este punto, lo siguiente:
Libre ejercicio de estilo artístico
123. La Iglesia nunca consideró como propio ningún estilo artístico, sino que acomodándose al carácter y condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las formas de cada tiempo, creando en el curso de los siglos un tesoro artístico digno de ser conservado cuidadosamente. También el arte de nuestro tiempo, y el de todos los pueblos y regiones, ha de ejercerse libremente en la Iglesia, con tal que sirva a los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia; para que pueda juntar su voz a aquel admirable concierto que los grandes hombres entonaron a la fe católica en los siglos pasados.
Arte auténticamente sacro
124. Los ordinarios, al promover y favorecer un arte auténticamente sacro, busquen más una noble belleza que la mera suntuosidad. Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada.
Procuren cuidadosamente los Obispos que sean excluidas de los templos y demás lugares sagrados aquellas obras artísticas que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana y ofendan el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte.
Al edificar los templos, procúrese con diligencia que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir la participación activa de los fieles.
Imágenes sagradas
125. Manténgase firmemente la práctica de exponer imágenes sagradas a la veneración de los fieles; con todo, que sean pocas en número y guarden entre ellas el debido orden, a fin de que no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa.
Vigilancia de los Ordinarios
126. Al juzgar las obras de arte, los ordinarios de lugar consulten a la Comisión Diocesana de Arte Sagrado, y si el caso lo requiere, a otras personas muy entendidas, comotambién a las Comisiones de que se habla en los artículos 44, 45 y 46.
Vigilen con cuidado los ordinarios para que los objetos sagrados y obras preciosas, dado que son ornato de la casa de Dios, no se vendan ni se dispersen.
Formación integral de los artistas
127. Los Obispos, sea por sí mismos, sea por medio de sacerdotes competentes, dotados de conocimientos artísticos y aprecio por el arte, interésense por los artistas, a fin de imbuirlos del espíritu del arte sacro y de la sagrada Liturgia.
Se recomienda, además, que, en aquellas regiones donde parezca oportuno, se establezcan escuelas o academias de arte sagrado para la formación de artistas.
Los artistas que llevados por su ingenio desean glorificar a Dios en la santa Iglesia, recuerden siempre que su trabajo es una cierta imitación sagrada de Dios creador y que sus obras están destinadas al culto católico, a la edificación de los fieles y a su instrucción religiosa.
Revisión de la legislación del arte sacro
128. Revísense cuanto antes, junto con los libros litúrgicos, de acuerdo con el artículo 25, los cánones y prescripciones eclesiásticas que se refieren a la disposición de las cosas externas del culto sagrado, sobre todo en lo referente a la apta y digna edificación de los tiempos, a la forma y construcción de los altares, a la nobleza, colocación y seguridad del sagrario, así como también a la funcionalidad y dignidad del baptisterio, al orden conveniente de las imágenes sagradas, de la decoración y del ornato. Corríjase o suprímase lo que parezca ser menos conforme con la Liturgia reformada y consérvese o introdúzcase lo que la favorezca.
En este punto, sobre todo en cuanto a la materia y a la forma de los objetos y vestiduras sagradas se da facultad a las asambleas territoriales de Obispos para adaptarlos a las costumbres y necesidades locales, de acuerdo con el artículo 22 de esta Constitución.
Formación artística del clero
129. Los clérigos, mientras estudian filosofía y teología, deben ser instruidos también sobre la historia y evolución del arte sacro y sobre los sanos principios en que deben fundarse sus obras, de modo que sepan apreciar y conservar los venerables monumentos de la Iglesia y puedan orientar a los artistas en la ejecución de sus obras.
Insignias pontificales
130. Conviene que el uso de insignias pontificales se reserve a aquellas personas eclesiásticas que tienen o bien el carácter episcopal o bien alguna jurisdicción particular.


A P É N D I C E 
Declaración del sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II
sobre la revisión del calendario
El sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II, reconociendo la importancia de los deseos de muchos con respecto a la fijación de la fiesta de Pascua en un domingo determinado y a la estabilización del calendario, después de examinar cuidadosamente las consecuencias que podrían seguirse de la introducción del nuevo calendario, declara lo siguiente:
1. El sacrosanto Concilio no se opone a que la fiesta de Pascua se fije en un domingo determinado dentro del Calendario Gregoriano, con tal que den su asentimiento todos los que estén interesados, especialmente los hermanos separados de la comunión con la Sede Apostólica.
2. Además, el sacrosanto Concilio declara que no se opone a las gestiones ordenadas a introducir un calendario perpetuo de la sociedad civil.

La Iglesia no se opone a los diversos proyectos que se están elaborando para establecer el calendario perpetuo e introducirlo en la sociedad civil, con tal que conserven y garanticen la semana de siete días con el domingo, sin añadir ningún día que quede al margen de la semana, de modo que la sucesión de las semanas se mantenga intacta, a no ser que se presenten razones gravísimas, de las que juzgará la Sede Apostólica.
En nombre de la Santísima e individua Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, 4 de diciembre de 1963.

Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica.







Extractos del libro: “Gestos y Símbolos” de  JOSÉ ALDAZÁBAL. Ágape Libros, 2007.


34. EL EDIFICIO DE LA IGLESIA
El último de los "gestos y símbolos" que vamos a analizar en esta serie va a ser el del edificio donde se reúne la comunidad, sobre todo para sus celebraciones.

Ese edificio que se llama como la misma comunidad —"iglesia"—y al que acudimos cada domingo, o cada día, para nuestra oración comunitaria.
Puede ser una catedral o una pequeña capilla; una iglesia llena de obras de arte antiguas o modernas, o una sala sencilla; un santuario famoso o una humilde ermita. Pero es la "casa de la iglesia", que debería ser para nosotros algo más que el lugar donde nos reunimos, porque tiene un  sentido simbólico que nos ayuda a entender quiénes somos y qué celebramos.


Primero las personas

Una gran novedad de la primera comunidad cristiana fue que no dio mucha importancia al lugar donde se reunía, sino a la misma comunidad reunida en torno a Cristo Jesús.

Si los judíos habían subrayado el sentido del Templo de Jerusalén, y los paganos el de sus propios templos, como lugar de la presencia de Dios, los cristianos entendieron que "el Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombre" (Hch 7,48), y que el verdadero Templo donde habita Dios es el Señor Resucitado, Cristo Jesús (Jn 2,19; Col 2,9) y con El, los cristianos, la comunidad que se congrega en torno a El, y que se edifica como con piedras vivas, basada en El (Ef 2,19-22; 1 P 2,4-5). Esté donde esté, esta comunidad, unida a Cristo, puede orar "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23-24), sin quedar condicionada por templos o lugares sagrados.

No es el edificio lo que más cuenta, sino que la comunidad de las personas creyentes tiene la primacía. El verdadero templo es la asamblea de los reunidos en el nombre de Jesús.

El lugar donde se reúne la comunidad

Pero también desde el principio esta comunidad cristiana buscó un espacio adecuado para su reunión y para sus celebraciones.

Aún sin darle el énfasis de los judíos o de los paganos, la comunidad cristiana tuvo un "espacio" para su celebración litúrgica y para su oración.
Al principio fueron las casas particulares, por ejemplo la "estancia superior, con abundantes lámparas" de Tróade (Hch 20,7-8), más tarde edificios más amplios, preparados para la celebración, y finalmente a partir del siglo IV, con la libertad de la Iglesia, iglesias construidas para el culto.

Con la continua advertencia de que el lugar era menos importante que la comunidad. Como decía S. Jerónimo: "pañetes non faciunt christianos; las paredes no hacen a los cristianos".

Un espacio más o menos reservado para el culto ayuda psicológicamente a que una comunidad sea consciente de su propia identidad, y hace más fácil el ambiente de una celebración sagrada.

Un lugar adecuado puede contribuir a la convocatoria de la comunidad y darle el sentido del Misterio que celebra. "Los signos visibles —y el edificio de la iglesia es el más global— han sido escogidos para significar realidades divinas invisibles" (SC 33): un pueblo sacerdotal que se congrega para celebrar los signos sagrados de la presencia y de la actuación de Cristo Jesús necesita un espacio estructurado convenientemente para ello. Aunque en caso de necesidad o de conveniencia pastoral puede celebrarse una Eucaristía en cualquier lugar digno, siempre será verdad que una capilla o una iglesia es más adecuada que una sala de reuniones, porque ofrece un ambiente más coherente con lo que se celebra.

Casa de Dios o casa de la comunidad

En la sensibilidad actual de la Iglesia se ha vuelto a la concepción primaria del edificio-iglesia: si los paganos y los judíos ponían el énfasis en que el recinto sagrado era como la habitación de la divinidad, al que apenas entraba nadie, la iglesia cristiana vuelve a ser considerada más bien como la "casa de la comunidad".

Es verdad que en siglos pasados también los templos cristianos se han construido con una intención de solemnidad, como un "monumento a Dios", fruto de la fe de generaciones que ponían en sus construcciones todo su respeto y adoración.

Pero ahora, cuando se ha devuelto a nuestras celebraciones su carácter de "celebraciones de la comunidad", y sin restar nada al sentimiento de admiración y homenaje a Dios, se prefiere ver en la iglesia la "domus ecclesiae", la "casa de la comunidad", no tanto una fortaleza o un monumento a la divinidad.

Ha sido interesante la evolución de estos criterios a lo largo de los siglos. El estilo de las basílicas, desde el siglo IV, subrayaba la horizontalidad longitudinal, con la "via sacra" que encaminaba la atención de todos hacia el presbiterio. Las iglesias de estilo bizantino, con una arquitectura más dinámica, prefirieron la construcción central, con una cúpula circular. Las del arte románico, volviendo un poco al estilo basilical, conjugaron la horizontalidad con la línea vertical, con sus torres y sus columnas. El gótico también subrayó la tendencia vertical, con el equilibrio valiente de sus arcos ojivales. Las iglesias barrocas, con su abundancia de formas casi sensuales, expresaban la belleza del misterio cristiano. Y ahora las que se construyen según los gustos más modernos, buscan más claramente un espacio en que la comunidad pueda sentirse y actuar en un ambiente luminoso y más cercano al centro de la acción.

Siempre se ha tratado de expresar con el lenguaje del arte el aprecio de los valores que se celebran, aunque ahora ciertamente se busque más facilitar el protagonismo de la asamblea celebrante. En lo que ciertamente ha influido la nueva eclesiología del Vaticano II y las líneas de la reforma litúrgica.

Iglesias "funcionales"...

Por una parte las iglesias se quiere que sean funcionales: o sea, prácticas para lo que están pensadas.

Esto supone, ante todo, que sirvan lo mejor posible a la reunión de la comunidad cristiana, ofreciéndole un espacio habitable, amable, que favorezca su sentido de pertenencia y de propia identidad. Por ejemplo, con las condiciones necesarias de iluminación, acústica, cercanía, visibilidad de la acción desarrollada... Un espacio acogedor, de "casa" más que de "monumento" o museo.

Como pide el Misal, para "una oportuna disposición de la iglesia y de todo su ambiente", hay que prever "todas las circunstancias que ayudan a la comodidad de los fieles" (IGMR 280).

La funcionalidad debe consistir también en que una iglesia ayude, ya desde su misma disposición de espacios, a una celebración activa por parte de la comunidad. O sea, que se puedan realizar bien en ella la proclamación de la Palabra, la Eucaristía, los ritos bautismales, y que además tenga sus espacios previstos para la asamblea, la oración personal, la reserva del Santísimo, las celebraciones de pequeños grupos. No se trata, pues, de la clave arquitectónica y artística como primaria —aunque las leyes del arte se han de respetar—, sino de favorecer por la misma construcción y distribución de volúmenes espaciales, una celebración adecuada de los diversos ritos para los que se congrega una comunidad cristiana (cfr. IGMR 273-276).

A esto pertenece también la posibilidad de los movimientos —sobre todo procesionales— que los ministros o la misma comunidad debe realizar en la celebración, y que a veces una mala programación del lugar hace poco menos que imposibles. Y sobre todo, la "funcionalidad" de una iglesia debe cuidar la centralidad y la relación entre los tres "polos" de la Eucaristía: el altar, la sede presidencial y el ambón de la Palabra. Un arquitecto debe tener en verdad, para construir una iglesia cristiana, un claro sentido litúrgico para aplicar su arte a la finalidad celebrativa que la comunidad necesita.

... pero expresivas en su simbolismo

Pero además de la funcionalidad las iglesias deben ser claramente simbólicas de lo que es la comunidad cristiana y de lo que celebra: "las iglesias... sean aptas para la realización de la acción sagrada y para que se obtenga una activa participación de los fieles; además, los edificios sagrados... sean, en verdad, dignos y bellos, signos y símbolos de las realidades celestiales" (IGMR 253).

También una fábrica, o un banco, o una sala de reuniones, deben ser funcionales. Pero la iglesia cristiana es algo más: debe ser expresiva de los valores que allí se celebran, la dignidad de la comunidad sacerdotal cristiana, la presencia de Cristo, las realidades trascendentes que tienen lugar en ella. La misma disposición de espacios y de los elementos artísticos deben evocar el misterio.

La dirección principal de este simbolismo es la comunidad misma.

El nuevo Ritual de la Dedicación de iglesias (del 1977), el libro que mejor nos orienta hacia la lectura simbólica de un edificio sagrado, nos lo dice repetidamente: "esta casa es un signo peculiar de la Iglesia que peregrina en la tierra e imagen de la Iglesia celestial" (p. 24), "es la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres, el templo santo, construido con piedras vivas, sobre el cimiento de los apóstoles, con Cristo Jesús como suprema piedra angular" (p. 48), "el edificio de piedras materiales es signo visible de aquella Iglesia viva o edificación de Dios formada por ellos mismos" (p. 15)...

Una iglesia bien construida debería ser como un retrato plástico de lo que es la misma comunidad y del misterio que celebra. Con su lenguaje de formas y espacios, es portadora de un mensaje simbólico: el de una comunidad unida, pero también jerárquicamente organizada, con los ministros y la asamblea, con sus espacios propios y una dinámica en su mutua relación. La centralidad de los polos de la celebración también contribuye en su armonía y su mutua relación a captar los mejores valores en torno a los cuales se reúne el grupo de los creyentes: Cristo Jesús,
su Palabra, su Altar, las imágenes de los santos, los ministros, y en medio la asamblea, el pueblo sacerdotal que se une al Sumo Sacerdote. También aparece convertido en armonía de espacios el itinerario de la vida cristiana, desde la entrada bautismal hasta la celebración central de la Eucaristía, pasando por los ámbitos penitenciales.

Por eso pide el Misal que "la disposición general del edificio sagrado sea como una imagen de la asamblea reunida..." (IGMR 257). Es la "teología hecha piedra". Y no es extraño que en el rito de la dedicación del edificio encontremos los mismos gestos simbólicos de iniciación que para las personas: el agua (con las aspersiones), la unción, la consagración...

Signo para los de dentro...

El lenguaje simbólico de una iglesia —sea una catedral o una ermita o capilla— es particularmente expresivo para los creyentes que se reúnen en ella. Siempre el mensaje de un signo "emisor" dependerá para su lectura de las circunstancias del "receptor", y éstas son las adecuadas en la asamblea celebrante, por poco iniciada que esté en el lenguaje de los símbolos.

Una iglesia tiene para ella un sentido convocador, no sólo cuando a una catedral acudimos para un Jubileo, o cuando peregrinamos a un santuario famoso, sino también cuando acudimos para la Eucaristía dominical a "nuestra" iglesia, o incluso a la del lugar donde pasamos el fin de semana.
Una iglesia es para los cristianos el punto de referencia de su fe y de su pertenencia a la comunidad eclesial, un lugar de serenidad, de memoria de valores importantes, de crecimiento en su propia identidad, de paz espiritual y a la vez de envío a una vida de mayor testimonio y esperanza al acabar la celebración. Nuestras iglesias nos hablan de generaciones pasadas que han recorrido en torno a ella su vida humana y cristiana, desde el bautismo hasta las exequias.

"Este lugar... sea casa de salvación y de gracia, donde el pueblo cristiano, reunido en la unidad, te adore en espíritu y verdad y se construya en el amor" (Ritual de dedicación, p. 46).

... y para los de fuera

Pero no sólo para los creyentes que la frecuentan, también para los demás puede ser una iglesia portadora de un mensaje simbólico de fe y de esperanza.

Con el lenguaje universal de la arquitectura, una iglesia quiere ser en medio de una población un anuncio y una invitación, callada pero continua, de los valores que Cristo ofrece a la humanidad. En cierto modo está ahí para "evangelizar" con sus formas y sus piedras a una sociedad que anda atareada en mil problemas.

Claro que según la situación de fe de cada uno, caben "lecturas" muy diferentes de una iglesia, de una torre o un campanario que destacan en el conjunto de un barrio o de un pueblo. Ahora es más difícil programar una iglesia en un barrio nuevo; se buscan presencias menos destacadas y más "silenciosas", muchas veces condicionadas por unas leyes urbanísticas que no contemplan como antes la centralidad de una iglesia en la vida social. Pero aunque sea con formas más sencillas, el edificio de una iglesia siempre debería ser un mensaje de esperanza, un anuncio de valores evangélicos en medio de la sociedad, un punto de referencia y una evocación silenciosa de realidades más profundas que a todos nos están esperando...

Sencilla, pero bella y digna

Actualmente tendemos —tanto en el edificio y su apariencia exterior como en su ornamentación interior— no tanto al lujo o a la suntuosidad, que serían un anti-signo en un mundo en crisis, sino a una mayor sencillez.

Pero la sencillez puede y debe ir unida a la dignidad, a la belleza, a la armonía, y también a esa expresividad simbólica que haga de este lugar un recordatorio continuo de los valores que representa en nuestra vida.

Incluso en los barrios más pobres los cristianos suelen querer unas iglesias que, sin exagerar en sus proporciones ni en su aspecto, sean hermosas y destacadas. También para ellos sigue válido lo del Misal: "la noble sencillez" (IGMR 279), "la belleza del lugar y de todos los utensilios sagrados" (IGMR 257), que deben ser "dignos y bellos, signos y símbolos de las realidades celestiales" (IGMR 253).

Una noble belleza, dentro de una mayor austeridad externa de formas: equilibrio difícil de conseguir, pero que debería buscarse para que la iglesia siga siendo una casa de oración de la comunidad y un signo en medio de la sociedad. No todos se conforman con celebrar su Eucaristía dominical en cualquier sala a modo de garaje, que permite escuetamente la reunión, pero que a veces no favorece el clima ideal de una comunidad celebrante.

Casa de oración y de misión

Otra dirección en la que va evolucionando nuestra sensibilidad actual es la comprensión de una iglesia como lugar no sólo de oración o de celebraciones litúrgicas, sino como centro de una vida comunitaria entendida más en clave misionera.

Esto hace que las nuevas construcciones sean un conjunto arquitectónico mucho más complejo en torno al edificio eclesial: con espacios o dependencias también para la catequesis, las reuniones de grupos, despachos, etc. Que a veces también se extienden a otros servicios cuando no están bien atendidos en otras instancias, tales como la escuela, la sala de juegos, el dispensario, la biblioteca...

Esto hace que sea todavía más la "casa de la comunidad", en la que no sólo rezan los cristianos, sino que encuentran un ámbito de acogida y fraternidad, y se sienten también más misioneros y servidores de sus hermanos, con su tarea de evangelización o de ayuda fraterna.

En verdad una iglesia debería ser para los cristianos un signo profético que condensa sus recuerdos y sus proyectos, sus celebraciones y sus compromisos, su encuentro con Cristo y su apertura al hermano y al mundo. Y para los que no acuden a ella, debe seguir siendo un símbolo,
no dominador o intransigente, pero sí invitador y amable, de los valores que Cristo ha venido a traer a este mundo y en los que cree la comunidad cristiana.



35. ELOGIO DE LA ESTÉTICA
Parece que no apreciamos mucho el sentido de la belleza en la liturgia actual. Buscamos la participación de la comunidad, la eficacia de unas estructuras, la autenticidad de la fe y de la oración; nuestras celebraciones se han vuelto más lógicas y transparentes en su dinámica y ciertamente son más provechosas para la fe de la comunidad cristiana. Pero es una queja repetida —sobre todo por parte de personas más sensibles del mundo del arte y de la cultura— que descuidamos el valor estético, tanto de la música y del canto, como del conjunto visual de nuestros ritos y ambientes celebrativos.

¿Es la belleza un aspecto superfluo y periférico a nuestra vida o a nuestra liturgia? ¿se puede decir que la estética ayuda en verdad a celebrar mejor, o todo depende de la acción de la gracia y de nuestra fe?

De los valores estéticos se puede hablar desde muchas perspectivas. La revista Phase ha dedicado uno de sus últimos números al tema "Liturgia y belleza" (n. 143,1984), que empieza con un editorial de su director, P. Tena, titulado "el derecho a la belleza". No quisiera aquí hacer ningún discurso sobre la filosofía del arte o la teología de la belleza, en la linea de los siete volúmenes que Von Balthasar ha dedicado a la "Gloria" divina y su reflejo en la belleza estética,
o de Evdokimov con su "Teología de la Belleza". Ya sé que la belleza no nace de lo externo —unos objetos estéticamente colocados o unos vestidos de calidad o unos gestos armónicos— sino
de dentro: de la verdad, de la proporción, de la bondad y calidad que tiene una acción o una persona o una cosa.

Pero, suponiendo todas estas altas teologías, voy a descender al terreno más práctico de una celebración litúrgica en la que por desgracia a veces descuidamos los principios más elementales de la estética, con lo que no favorecemos precisamente la intención de la liturgia misma ni una mejor participación.

Vuelta al arte

Un deseo de "vuelta al arte" parece notarse en diversas manifestaciones de nuestra cultura actual. En una sensibilidad que parece dar la primacía a la búsqueda del bienestar, la justicia y la paz, se nota de nuevo un aprecio de lo bello y artístico. ¿Será una utopía o una profecía lo que dijo Dostoiewski de que "la belleza salvará al mundo"? Un hombre tan comprometido con las tareas socio-políticas de nuestra generación como fue Marcuse, hizo una urgente invitación antes de morir, en 1979, a los jóvenes, a que recuperaran la dimensión estética de la vida. La vuelta universal a los valores ecológicos, como búsqueda y defensa de la belleza de la naturaleza, es otro de los síntomas de esta nueva valoración de la estética.


La Iglesia, que siempre había sido promotora del arte verdadero, parece reconocer últimamente que ha existido un cierto divorcio, y quiere remediarlo. En una famosa audiencia de Pablo VI a los artistas, en mayo de 1964, les dijo palabras sentidas de reconciliación, pidiéndoles perdón por este alejamiento e invitándoles a un renovado encuentro. Lo mismo hizo el Concilio en su mensaje final a los artistas: "no permitáis que se rompa una alianza fecunda entre todos".

Pablo VI, hablando a los mariólogos, preocupados de la nueva dirección de la teología y espiritualidad marianas, les recomendó que no descuidaran "el camino de la belleza".

También el Papa actual, Juan Pablo II, ha expresado repetidamente su invitación a una vuelta al arte en el marco de la fe, y ha hablado de una "nostalgia de la belleza" en el hombre de hoy. En 1982 hizo un gesto realmente simbólico: beatificó a un gran pintor, un dominico italiano del siglo XV, Juan de Fiésole, más conocido como Fray Angélico, que supo unir un arte inefable, admirado mundialmente, y una vida verdaderamente evangélica y santa. Como dijo entonces el Papa, Fray Angélico vivió en perfecta armonía su vida de fe y su genio artístico, "la perfecta integridad de vida y la belleza casi divina de las imágenes que pintó, sobre todo las de la Virgen María".

Esta beatificación —el primer artista de nivel mundial que ha sido elevado a los altares— tendría que hacernos reflexionar sobre la estrecha relación que existe entre la belleza artística y la expresión de nuestra fe.

Mientras sus hermanos dominicos predicaban con la palabra, Fray Angélico anunciaba —y sigue anunciando ahora— la Buena Noticia de Cristo por medio de sus geniales pinturas. ¿Están desligadas nuestra celebración de fe y la estética?

Lo bello viene de Dios y nos lleva a Dios
La belleza es una dimensión compleja: es armonía, proporción, orden. Sto. Tomás dijo que lo bello es lo que visto agrada ("pulchra dicuntur quae visa placent") y señaló tres de sus cualidades: la integridad, la proporción y la claridad. Si Platón llamó a la belleza "esplendor de la verdad", San Agustín la definió como "esplendor del orden". Son todos aspectos de esa dimensión tan sutil y tan atractiva de las personas y de las cosas que llamamos belleza.

a) Todo lo bello, de algún modo, participa de la Belleza de Dios y nos la comunica silenciosamente, acercándonos a El. Dios es "luz sobre toda '.uz" y ha creado todas las cosas "para colmarlas de sus bendiciones y alegrar su multitud con la claridad de su gloria" (Plegaria Eucarística IV). Por eso la contemplación de lo bello despierta en nosotros la admiración y la alabanza hacia el Dios autor y modelo de toda belleza. Ya el libro de la Sabiduría, en el A.T. (Sb 13), invitaba a los hombres, fascinados por la hermosura de lo creado, a que se remontaran hasta Dios, el autor de toda belleza.

b) El arte, en sus varias manifestaciones, con su simbolismo y su lenguaje de formas y colores armónicos, nos abre hacia los valores superiores.
De algún modo un icono, una vidriera hermosa, un edificio o un cuadro, pueden ser una puerta que nos facilita el acceso a lo trascendente y a lo infinito, que no pueden expresarse con otro lenguaje. Como decía el mensaje del Concilio a los artistas, "vosotros habéis ayudado a traducir el mensaje divino en la lengua de las formas y las figuras, convirtiendo en visible el mundo invisible". Si en nuestra liturgia celebramos la salvación, la alegría del amor de Dios, la Buena Noticia de la vida que nos espera, todo esto se puede intentar expresar con palabras, pero ciertamente también la belleza del arte —musical y visual— pueden ser para muchos uno de los
escalones para llegar a sintonizar con esos valores y esos misterios que celebramos.


c) Es interesante que la palabra bíblica (y griega) para designar lo bueno , es la misma que define lo hermoso ("kalós"). Cuando Dios, en el Génesis, "vio que todo era muy bueno", estaba viendo a la vez que "todo era muy bello". La belleza está íntimamente relacionada con la bondad,
como lo está con la verdad. Las tres son como dimensiones profundas de un ser en perfecta armonía consigo mismo y con los demás. Y se puede decir que la belleza estética es la bondad y la verdad hechas imagen.

d) La experiencia de lo estético y lo bello produce en nosotros toda una serie de beneficios, tanto en el plano humano-psicológico como en el litúrgico-celebrativo. Da a nuestra existencia una dimensión más humana y optimista. De nuevo citamos el mensaje conciliar a los artistas: "este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza.

La belleza, como la verdad, es quien pone la alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración". El sentido de lo estético es lo que más nos hace superar la tiranía de lo útil y lo funcional, dándonos capacidad de apreciar lo gratuito y lo festivo, infundiendo en nosotros paz y serenidad, reconciliándonos con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. En la oración de la misa del nuevo Beato Fray Angélico (del 18 de febrero) alabamos a Dios porque inspiró al santo artista "para que representara para nosotros la paz y la dulzura del paraíso". Guste o no guste el estilo de un artista como Fray Angélico, hay que reconocer que supo expresar en sus pinturas una visión nueva de las cosas y de las personas: como si todo lo humano quedara transfigurado por la luz y el amor de Dios, incluso la tragedia de la Cruz.

Precisamente en este mundo tan prosaico y problemático, la estética de lo bello puede darnos serenidad y armonía interior. En una sociedad en que todo tiende a estar programado electrónicamente, al milímetro, incluidas las comidas o las vacaciones o la fiesta, lo bello nos recuerda que es importante también toda una serie de aspectos que no entran en las calculadoras: que es importante saber sonreir, y admirar, y alabar, y gozarse ante la sensación de lo bello. Y que, en el momento de la celebración de la fe, también cuenta el lenguaje de lo estético como expresión de los dones que nos hace Dios. Aquello de que "no sólo de pan vive el hombre" lo estamos entendiendo ahora a muchos niveles, con esta vuelta al aprecio del arte, de la poesía, de la fiesta y de la ecología. También en nuestra liturgia deberíamos dejarnos llevar de la "inútil" y "gratuita" fuerza de lo hermoso, que es lo que a veces nos puede acercar, más que las palabras, a la comunión con el misterio.

e) Lo estético y lo bello puede ser también visto, sobre todo en el ámbito de nuestra celebración litúrgica, como un símbolo de la transformación a que está llamada la humanidad y el mundo entero. Lo bello es un recordatorio, por una parte, del "paraíso perdido", lleno de la alegría y la hermosura del orden, del equilibrio y la armonía inicial; y por otra, de "los cielos nuevos y la tierra nueva" que son nuestro destino, con la reconciliación armónica en todas direcciones.

Insensiblemente, lo estético nos está orientando y comprometiendo hacia la consecución de ese orden nuevo. Podemos decir que cuando experimentamos una armonía estética en nuestras acciones, ya estamos realizando parte de esa tarea universal de equilibrio, felicidad y amor a la que nos convoca el anuncio del Reino por parte de Cristo: un pequeño símbolo, sencillo pero eficaz, del "orden" que Dios pensó para toda la creación y que Cristo restauró con su Redención.

La estética en nuestra liturgia

Todo eso tiene una aplicación concreta en nuestras celebraciones.
Todo eso debería llevarnos a un estilo y a un lenguaje estético que favorezcan una mejor celebración por parte de la comunidad cristiana.

La estética de una celebración afecta a todos los sentidos, no sólo a la vista. También el oído se puede abrir más a un mensaje hondo cuando lo escucha en un sonido más armónico.

La liturgia tiene esencialmente un lenguaje simbólico, con el que nos introduce en una visión más profunda de las cosas y del misterio que celebramos. Una Eucaristía es algo más que compartir una reunión o una comida: es la celebración festiva, ritual, simbólica, de la comida que nos ofrece Cristo Jesús: su Cuerpo y su Sangre. El sacramento del Matrimonio, con todo su complejo lenguaje simbólico de amor y alianza, nos hace entrar en un nivel mucho más profundo que el de un mero contrato.

¿Puede ser indiferente la estética y la belleza en una celebración que tiene unos contenidos tan profundos y tan complejos para nuestra vida de fe? La liturgia está hecha de ideas y palabras, de acción misteriosa de Dios, de fe, pero también de intuición, comunicación, gestos y símbolos, alegría festiva, contemplación... Por eso el lenguaje de la estética pertenece a su expresividad, porque nos quiere conducir a una sintonía profunda con la fuente de toda la salvación que Dios nos quiere comunicar. Hemos heredado una mentalidad en parte demasiado preocupada por la validez de los gestos sacramentales, o de la ortodoxia de las palabras. Sin descuidar eso —no faltaría más— la liturgia nos hace celebrar los dones de Dios con una riqueza mucho más expresiva de símbolos que afectan, no sólo a nuestra mente o nuestra conciencia de fe, sino también a nuestra sensibilidad y sentido afectivo.

La estética afecta a toda la liturgia: los cuadros, los signos, los gestos y movimientos, el canto. Aquí vamos a comentar algunos de los aspectos más representativos.

La estética del lugar

Cuando se refiere al lugar en que se reúne la comunidad para su oración, la estética es equivalente a un ambiente acogedor y agradable. Por su iluminación, su disposición ordenada y la armonía de su conjunto, un espacio celebrativo debe dar desde el primer momento una sensación amable: la primera prueba del aprecio que merecen a todos la celebración que va a tener lugar y la comunidad que ha sido convocada.

Aún cuando las proporciones no pueden ser las mismas, una iglesia debería darnos más la impresión de una "casa" que la de un "monumento". Claro que depende mucho más de las líneas globales de la arquitectura y la disposición de volúmenes, pero no todo depende de las estructuras. Puede ser magnífico el marco, y quedar estropeado psicológicamente por la falta de orden y de limpieza y de adecuada iluminación. Puede ser más bien sencilla la arquitectura, y dar una impresión de armonía y estética en su decoración, transmitiendo una sensación de "habitabilidad" familiar, que ayudará a una celebración más viva, sin contradecir el sentido de lo sagrado.

Un espacio digno, noble, acogedor, hermoso. Como la "estancia superior" con "lámparas en abundancia", en la que se reunía la comunidad cristiana con Pablo (Hch 20,8) o la "sala superior, grande, provista de mesas y divanes", en la que Cristo celebró su Ultima Cena con los discípulos (Le 22,12).

No hacen falta gastos extraordinarios: el buen gusto, la sencillez y la limpieza, pueden ser el mejor toque de belleza y de adorno de un lugar de oración. Lo contrario de lo que sería un lugar que parezca un mercado de imágenes, libros y objetos innecesarios, que serían un indicio del poco respeto que nos merecen tanto la comunidad como lo que vamos a celebrar.


Los objetos del culto

Todas "las cosas destinadas al culto sagrado" deben ser "dignas, decorosas, y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales... y que sirvan al esplendor del culto con dignidad y belleza" (SC 122). No hace falta que sean llamativas y lujosas: sólo se pide que sean dignas y bellas, y que en ellas se "busque más una noble belleza que la mera suntuosidad" (SC 124).

¿Es mucho pedir que haya estética, o sea, verdad y decoro, en nuestra celebración? El mismo Misal nos pide que los vasos sagrados sean "de materiales sólidos, que se consideren nobles según la estima común en cada región" (IGMR 290), que los vestidos y los manteles se distingan por su limpieza y dignidad, recordando que "es más decoroso que la belleza y la nobleza de cada vestidura se busque no en la abundancia de los adornos sobreañadidos, sino en el material que se emplea y en su corte" (IGMR 306).

La introducción al nuevo Leccionario de la Misa (OLM) insiste en pedir este sentido de la estética en torno a la proclamación de la Palabra de Dios: que el ambón sea "un lugar elevado, fijo, dotado de la adecuada disposición y nobleza, de modo que corresponda a la dignidad de la Palabra de Dios" (OLM 32), que haya "proporción y armonía entre el ambón y el altar" (OLM 32), "que el ambón esté sobriamente adornado de acuerdo con su estructura, de modo estable y ocasional, por lo menos en los días más solemnes" (OLM 33), que los "libros que contienen las lecturas de la Palabra de Dios... sean realmente dignos, decorosos y bellos" (OLM 35), sobre todo el libro de los evangelios, que en tiempos pasados "era adornado y gozaba de una veneración superior a la de los demás leccionarios... bellamente alomado" (OLM 36).

El arte de la palabra estética

También la palabra merece un tratamiento estético en la celebración. A veces la decimos demasiado prosaica, descuidada, sin recordar que también la belleza de la palabra oída es un camino hacia su comprensión como palabra de fe y salvación.

El arte del bien decir, de la palabra armónica, reposada, comunicativa es una cualidad importante para todos los que realizan algún ministerio.


A veces esta palabra es cantada. La calidad del canto y la música —uno de los niveles en que más insistente es la queja actual de empobrecimiento y banalidad de la liturgia— no es indiferente a la eficacia de una celebración litúrgica.

A veces esta palabra es poética. La poesía es el arte de una palabra que transmite y comunica con belleza, sin preocuparse tanto del efecto didáctico sino de la expresión lírica de los dones de Dios y de nuestra respuesta de fe. La estética de la palabra en una Plegaria Eucarística, en un pregón pascual, en los salmos y los cantos, es a veces uno de los mejores caminos hacia lo inefable, hacia los valores de la salvación que celebramos.
El Evangelio está lleno de poesía y de imágenes. Nuestra oración puede adquirir una comunicatividad mayor cuando se reviste de poesía y dicción armónica. Esto no quiere decir que vayamos a caer en la retórica o que nos recreemos en la palabra por la palabra. Pero la poesía y la palabra bella no necesariamente son algo superficial y extrínseco a la fe. El decir poético, o al menos, el decir preparado y estético, es el que muchas veces hace posible la asimilación de su contenido.

El lenguaje de las flores

Uno de los elementos que pueden considerarse como representativos de nuestro sentido de la estética en torno a la celebración son las flores.

El lenguaje de las flores lo entienden todos. Un ramo en el cementerio, o en la mesa festiva, o como regalo, no necesitan de "moniciones" de presentación. Tanto en la vida social como en la liturgia, unas flores bien colocadas, frescas, llenas de color y perfume, cantan una serie de sentimientos: la alegría, la fiesta, el respeto, el amor, la dedicación de un homenaje interior. Unas flores ante la imagen de la Virgen o ante el Santísimo o ante el ambón de la Palabra o junto a la tumba de un ser querido...

Desde la exuberante ofrenda de miles de flores a la Virgen en Valencia, hasta la rosa solitaria que un niño ofrece a su madre o un amante a su amada, o un ramo que alguien aporta en la procesión del ofertorio en la Misa, son todo un discurso de amor y de fe.

Un autor (Rimaud) cuenta de un grupo de jóvenes que celebraban la Eucaristía al aire libre, en África, sobre una gran piedra que hacía de altar. Un pastorcito les contempló largo rato, y luego, silenciosamente, se acercó a ellos, y colocó una flor que acababa de coger del campo, sobre la piedra del altar, junto al pan y el vino, y se fue. Los jóvenes quedaron contemplando en silencio el sentido de un gesto: una flor que con su belleza y su perfume quería sumarse expresivamente a la fe de un grupo y a la conciencia de encuentro con el Don de Dios... La belleza de una criatura se sumaba al homenaje a su Creador.

Naturalmente que el sentido estético de los (las) que se ocupan del adorno de una iglesia sabrá encontrar el equilibrio y el lugar justo para estas flores, sin recargar excesivamente los espacios (no se trata de una exposición floral) y guardando la proporción festiva del día (un lunes cualquiera no debería llenarse de flores el presbiterio porque han sobrado de una boda el día anterior).

Es todo un lenguaje expresivo el de las flores. Como también lo es el hecho de que en Adviento o Cuaresma no aparezcan en nuestro espacio celebrativo, porque queremos reservar su alegría visual para la Navidad o la Noche de Pascua.

La sencillez y la estética

Hoy tenemos una sensibilidad más inclinada a lo sobrio y lo sencillo que hacia lo barroco y ostentoso. Ya el Concilio nos avisaba: "los ritos deben resplandecer con una noble sencillez" (SC 34).

Incluso buscamos la pobreza como signo profético de nuestro estilo evangélico de vida, evitando todo derroche y lujo.

Pero la sencillez y la pobreza no están necesariamente reñidas con la armonía y la limpieza y dignidad de todo lo que concierne a nuestra celebración.
La búsqueda de la sencillez sería empobrecedora si no se conjugara con la estética, o sea, con la calidad de las imágenes y los vestidos, la eficacia de la iluminación y la megafonía y el buen gusto en la decoración del ambiente. Todo eso no es sinónimo de lujo o de ostentación. La, estética, en el culto como en nuestra vida social, es sencillamente buen gusto y aprecio a las personas y a lo que hacemos.

Por desgracia, la falta de estética no suele obedecer a la búsqueda de pobreza evangélica, sino a descuido, miseria, o a una excesiva familiaridad —que roza con la banalidad y falta de respeto— en relación con la liturgia.
Es bueno que busquemos la pobreza, la sencillez y la funcionalidad: pero todo eso se puede y se debe compaginar con la belleza.

La estética al servicio de la celebración

El arte no lo es todo, claro. La dimensión estética de nuestra celebración no es la última meta de la liturgia. No se trata de caer en el esteticismo, que nos haría sobrevalorar algo que es importante pero que no es lo más importante. No podemos contentarnos con una realización armónica de los ritos o con la limpieza y decoro del espacio celebrativo. El arte y la estética están al servicio de la fe, como lo están la palabra, el canto y el lenguaje de los símbolos.

Pero aunque no sea lo más importante, la estética, como hemos visto, no se puede descuidar, como expresión de nuestro respeto y aprecio a lo que celebramos, y como un medio de hacernos más accesible nuestra sintonía con los dones de Dios. La estética es parte del lenguaje de la liturgia, y por tanto de su eficacia y su dinámica. Nos hace superar una visión "consumista" o "validista" de los sacramentos, nos hace expresivos en nuestra oración, nos alimenta en nuestro aprecio de lo que celebramos, recordándonos suavemente los valores trascendentes con los que entramos en contacto en nuestra celebración. La estética no es algo que esté fuera de la liturgia: está dentro de ella, es algo integrante de nuestro hacer ritual y nos ayuda a celebrar mejor.

No es extraño que una de las recomendaciones que el Concilio hizo para la formación de los seminaristas fuera la de su sentido artístico (SC 129). Si esto se consiguiera, sucederían menos disparates en la conservación —o en la no conservación— de los tesoros de arte (visual-y musical) de nuestras iglesias y en la distribución estética, ocasional o permanente, de nuestros lugares de celebración.